No sé por qué, pero cuando tengo todas las posibilidades de dormir 8hrs opto por entretenerme. Ayer fue un día calmado, un domingo ejemplar. Se hicieron las 10:00 P.M. y justo en ese momento la inquietud de mi cabeza me obligó a buscar algo para leer.
Saqué de mi cartera mi lectura de turno. Esa novela que tiene mil finales, en que Horacio y la Maga nos invitan a analizarnos. Debo confesar algo, no me gusta la trama, no logra mantener en mi la angustia por saber que traerá el próximo capitulo. Pero logra algo, que me ponga a dudar que empiece a divagar sobre todo y nada.
Ayer me sentí tan Maga, fue terrible esa sensación. Nunca antes me había pasado, yo nunca he sido tan libre ni transgresora. Puedo parecerlo para algunos, pero en realidad sólo analizo el juego de los actores y lanzo mis dados cuando he revisado todas las probabilidades. Sólo apuesto a ganar y si mis intereses no lo logran manipulo el juego hasta por lo menos empatar.
Estoy siempre en constante guerra, la vida para mi es un tablero. Soy sumamente racional, pero ayer, ayer leyendo a la Maga me sentí identificada. Yo elegí a Clara, porque ella mantiene esperanza, es persistente y no cambia sus intenciones a pesar de lo marque la corriente. A Clara no le importa ser incómoda y posee esa mezcla justa de cercanía y libertad, esa forma mágica de amar en la que no se es dueño del otro pero tampoco se le olvida.
Clara no lleva flores ni se queda en la estación a la que todos van, ella lleva un rumbo fijo, sabe muy bien a donde va. La Maga en cambio es pasajera del tiempo y va como una hoja seca, no tiene lugar. Nunca he necesitado ni me han gustado esos bares húmedos en los que la interacción gira en torno al cigarrillo y música proscrita, pero ayer la historia de la Horacio me sumergió en la miseria de uno. En esa miseria errante que te nutre y te da paz.
No sé muy bien por qué pero ayer me desvelé con la Maga y Horacio, ellos le dieron calor a mi alma nocturna.
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