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Juyungo - ¿Qué lee Clara?



Llegué a este libro gracias a la recomendación de un amigo. Me reusé a buscarlo, ni el nombre ni el autor me sonaban conocidos, al final él me lo obsequió afirmando que esta novela era justo lo que estaba buscando y que solo costaba 400bs, es decir 4 billeticos de 100 de los viejos.

No pude pasar de la primera página en las primeras dos ocasiones, esa cubierta negra que acostumbra Biblioteca Ayacucho me resultaba molesta. Él dijo que era una joya de la literatura latinoamericana y una radiografía de la negritud en el Ecuador, yo solo quería un nuevo Pedro Páramo o Cien años de soledad en mi vida no una “historia de negritos”.

En ese momento acababa de concientizar gracias al ejercicio de mantener el blog que me encantaba leer, pero que no leía para ser una “sabionda” sino por diversión y que esta costumbre de leer por placer había terminado por orientarme más hacia la literatura que a libros técnicos y al final este hábito como socióloga me daba algunas ventajas al momento de analizar y ver problemas.

Por esos días accidentalmente compartí almuerzo con unos compañeros en la oficina, al cabo de unos 15 minutos estábamos desechos entre la risa y la nostalgia de ver como nuestra realidad inmediata se parece más a lo que leíamos en las novelas que en los diarios o ensayos. El almuerzo concluyó con esta máxima “Ni la filosofía ni la sociología logran agotar la realidad latinoamericana, como lo logra la literatura”.  Salí de allí con la intención de formar un grupo de lectura. La iniciativa fracasó… pero igual quedé con muchas ganas de juntarme con lectores que sintieran lo mismo. La propuesta de mi amigo era iniciar el grupo con Juyungo, por ser muy económico y fácil de ubicar en Librerías del Sur de Gradillas o Teresa Carreño… pero ni a mí me cautivaba la idea.

Sin embargo hace poco sucumbí a Juyungo. Historia de un negro, una isla y otros negros después de un mes trabajando en un espacio sobre artes visuales que me obligaba a sumergirme en la cultura del Caribe. Sentí algo que racionalmente gracias a la sociología ya conocía: como venezolana soy más caribeña que suramericana, mi cotidianidad tiene más en común con una joven trinitaria, dominicana o puertorriqueña que con una chica argentina y/o uruguaya. Lo aprendí con el corazón, no con la mente.

Mientras me acercaba a lo que fue la II Bienal del Sur. Pueblos en resistencia encontré una traba tremenda con la muestra del artista surinamés Marcel Pinas, no encontré nunca las palabras adecuadas para valorar su instalación, me parecía que lo escrito que manejábamos sobre él era tosco pero lo más frustrante para mí era que por más formación en teoría neocolonial que tuviese no contaba con el universo sensorial apropiado, tenía academia pero me faltaba poesía.

El asunto logró turbarme sobre todo porque la ficha sobre la obra de Pinas era de las primeras que me corregían y mi incomodidad con ese texto se traducía en un “tienes que seguir corrigiendo” para el resto del trabajo. La cosa se puso peor cuando me comentaron que Pinas vendría a visitarnos. De más de 50 artistas internacionales nos visitaría justamente él.

Tenía sed, deseaba comprender, y poder aprehender el universo que logró retener en su obra, buscaba entre mis libros y por más que Fanon, Dussel y Quijano lograron en su momento cautivarme, en ese instante yo no necesitaba explicaciones, yo quería beber lo que se supone que es venir de los bosques de ébano y eso la sociología me enseñó a interpretarlo pero nunca logró que lo viviera como universo, como destino de vida, sin culpas ni rencores, reconociendo mi herencia.

Por mi mente pasó aquel regalo y aquella máxima de almuerzo combinada con la sensación de que a veces la magia de un texto está ligada a quienes somos en el momento que nos acercamos a él. Juyungo me cautivó a pesar de ser una historia que se desarrolla muy lejos del Caribe.

Es un libro de fácil lectura siempre y cuando te saques el chip del castellano formal. Encontraras apodos, ritos y modismos. La historia que narra es cruda, pero sin dramas, te acerca a que a las personas no se les puede encasillar en la dicotomía buenos o malos. Es interesante como el autor hace danzar cada capítulo con poesía. Tienen que leerlo.

Leer Juyungo fue para mí como ir al río de mi pueblo, a Barlovento o a algún pueblo de los llanos orientales, reviví lo que me gusta la sopa de hecha a leña y lo que me molesta la arena del río. Me enamoré de nuevo de lo que significa caminar en “el bioma de selva tropical”. Recordé las flores de río, el encontrar cilantro de monte en el camino, el ver una baba en el agua y sobretodo el olor a tierra. En esta historia viajé a muchos lugares felices y me sentí una  vez más nuestroamericana.
Ortiz un ecuatoriano logró cautivarme a través de la descripción de un territorio cercano a él, solo porque ese universo es muy parecido al de esta venezolana que buscaba respuestas sobre el marco de vida de Marcel Pinas. Hoy tengo las palabras para describir ese mundo que desde la distancia Marcel y yo compartimos.

Mi invitación es a que también se adentren al universo de rebelión que nos brinda Adalberto Ortiz, la edición de Biblioteca Ayacucho se encuentra en cantidades al menos en Librerías del Sur de la Esquina de Gradillas y del Teatro Teresa Carreño, su costo es un regalo.


Gracias por leer a Clara la del Ómnibus, recuerda que equivocarse es un derecho humano!

Que la duda sea nuestro mejor recurso estético!  


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