Antes del solsticio, es decir antes de que empezara a anochecer temprano, un sábado a eso de las 6:30 pm llegando a casa, luego de viajar de pie al menos 2 horas gracias a las labores de asfaltado y operativos de seguridad rutinarios en la autopista, bajando del bus un tipo ha osado en seguirme gritando a viva voz: ¡hey flaca linda! ¡hey xxx (no se cuantas equis debo colocar aquí) xx!.
Sentí rabia, como de costumbre, pero me dije «¿por qué tengo que soportar esto?» recordé a mi profesora de métodos cualitativos, en ese momento yo tenía unos 19 años y cuando comenzamos a ver lo que era la accountability según Garfinkel, ella señaló que los seres humanos actuamos conforme a normas ya establecidas "digamos que por la costumbre", en fin, todas las acciones que realizamos las hacemos estando seguros (sin pensarlo) de que los otros actuarán de determinada manera. Nos guía una especie de sentimiento de reciprocidad. Según Garfinkel -y mi profesora lo secundaba- el papel del sociólogo cuando se interna en el mundo de las historias de vida consiste en saber cuándo romper con la accountability, es decir respetar la libre interpretación de la vida de los actores, pero también intervenir en momentos clave, permitiendo "sacar a la luz" aquello que permanece velado para ellos.
Entonces razone «este idiota me agrede de esta manera porque según la norma yo debo soportarlo» e hice algo propio de toda socióloga orgullosamente loca, me di media vuelta y dije -¡Señor! disculpe ¿Por qué tengo yo que soportar a un ridículo falta de respeto como usted? me sentí héroe debo confesarlo, no se lo esperaba, ni él ni los testigos, se quedó boquiabierto. Sin embargo luego de semejante gesto y de ver su cara con una mezcla de rabia y vergüenza sentí miedo, me di media vuelta y seguí, pero casi que corriendo, en ese momento pensé «¿y si ese tipo te hubiese golpeado?¡Angela! no lo conoces, no sabes quien es, pudo haber sido un borracho loco» En ese instante tuve miedo, ¡feminismo nada! miedo del más vulgar y sencillo, miedo, como la mayoría, como la mayoría de las mujeres, claro.
Estudiar sociología ha sido la mejor decisión de mi vida, ella me hunde en el destierro para salvarme justo a tiempo. Mientras caminaba pensé «¿por qué sentí valor para hacer eso? ¿por qué luego "arrugué"? » Pasó por mi cabeza otra profesora, la de psicología social, reconocida feminista del piso 6, de nuestra FaCES UCV. Según ella la violencia de género se comporta como un círculo vicioso y este es el que hace que las mujeres después de denunciar a los agresores acudan por cuenta propia a retirar la denuncia. Lo que salva a la mujer de caer en esta dinámica es que posea herramientas que la hagan sentir merecedora de dignidad como todo ser humano, estas pueden ser, estudios, talentos, capacidad de emprendimiento. Lo que nos salva es sabernos talentosas, que merecemos un trato entre iguales.
Ese día mientras viajaba en el bus estaba muy feliz, venía saliendo de un curso con un profesor de lujo que siento me enseña a escribir mejor, tuve un almuerzo entre amigas, conversamos de todo y nada, viajé de pie, pero leyendo un libro fantástico, fue un día de esos que te hacen sentir orgullosa de tus decisiones, es cursi, lo sé, pero al final lo valioso en la vida es eso. Tuve el valor, y tengo el valor -para ser un poco rebotada- porque estoy haciendo cosas que me hacen sentir digna, mujer, gente. Me acobardé porque la cultura es difícil de vencer.
Escribo estas líneas deseando que aquellas que me lean sientan ánimo para romper con la costumbre y a hacerse sentir, no existe razón alguna que justifique que nos vean como un simple pedazo de carne. Somos gente, pensamos, construimos, existimos. Merecemos ser tratadas como lo que somos, como gente.
Que la duda sea nuestro mejor recurso estético!
Si deseas recibir todas las entradas en tu correo electrónico no olvides suscribirte!!!
Comentarios