“El oficio del soldado es el más honroso de todos: el soldado es un yahoo a sueldo para matar a sangre fría el mayor número posible de semejantes suyos que nunca le han ofendido en nada”
Johathan Swift
Se acercaba el cierre de jornada
de un día soleado y lleno de polvo en el campo de entrenamiento. Por fin el
lugar se colmaba de luz con la esperanza del retorno al hogar. Los combatientes
se levantaban de las barricadas construidas por sacos de arena, sacudían las
botas, secaban su rostro y corrían a tomar agua para poder formarse y escuchar
las palabras finales del Comandante General. Sin embargo la expectativa en el
ambiente, no arribaba por las palabras del Comandante sino porque después de
ellas venía el pago de la semana.
La remuneración en sí misma era
un acontecimiento, nadie allí sabía a ciencia cierta en base a qué era
otorgada. La primera semana después del reclutamiento nacional todos pensaron
que se debía a la eficiencia en el cumplimiento de tareas, la segunda semana
creyeron que los mejores pagos se debían a la disciplina y a la obediencia a
las normas. Ya se encontraban en la semana 54 –La esposa de Juan Carlos llevaba
la cuenta en casa– y a esas alturas ningún combatiente reclutado e incluso la
mayoría del alto mando no entendía muy bien el sistema de remuneraciones.
Alto, delgado, con la piel
estirada por el efecto del sol, pero con la moral intacta. Creía fielmente en
el motivo que inspiraba la creación de campos para la preparación de la guerra.
En la formación destacaba, se había ganado el puesto de líder de pelotón, sus
subalternos admiraban su entrega pero también murmuraban sobre lo irracional de
su causa.
Por primera vez no hubo
remuneraciones especiales. El Comandante General, rodeado de todo su carro
inició el cierre de jornada más serio que de costumbre, lideró la entonación
del himno nacional, luego se paró frente al micrófono que se ubicaba en el
centro de la tarima y alzando su voz dijo: -¡Hermanos! Su labor hace posible
que hoy tengamos la posibilidad de soñar con un futuro lleno de paz. Sin
embargo –continuó con voz titube ante el enemigo cada día nos ataca con más
rudeza, tiene más aliados y nos cerca más y más.
-Nos advierten los aliados
lejanos que la invasión a nuestro territorio se acerca y yo debo informales
–dijo esta vez reponiéndose y con firmeza- que aún nuestros pelotones no están
listos y muy a nuestro pesar debemos iniciar la recluta infantil dentro de dos
semanas y por ello ya no tendremos remuneraciones adicionales. –Pronto seremos
al menos 14 millones de combatientes a nivel nacional –prosiguió arqueando sus
cejas hacia abajo y modulando su voz como si se tratara de un padre hablando a
sus hijos pequeños- -debemos acoger a los nuevos reclutas, ser su familia y
darles la bienvenida al campo de entrenamiento, que no es más que el verdadero
hogar de todos nosotros. Al mismo tiempo –continuó el comandante cambiando el
tono de su voz a uno más entusiasta- la vida será más feliz para todos
nosotros, pues en este arduo camino para la preparación de la defensa de nuestra
Patria nos acompañaran nuestros hijos –y como si se tratara de una gracia
concluyó- Las únicas que se quedarán en casa serán las mujeres, a ver si la
división de innovación se las ingenia para traerlas aquí. Porque nos hacen
falta ¿no? –Preguntó sonreído y luego inició la entrega pública de la
remuneración –Pelotón número 1 al mando del combatiente Fernando López,
¡Atenciónnnn Firme! ¡15 pasos al frente! –y uno por uno recibió el pago de su
trabajo, luego de saludar y agradecer su pago de manos del Comandante.
Abajo los combatientes que ya
habían aprendido el arte de hablar sin ser escuchados, decían –El plan de esta
gente es matarnos a todos de hambre. –Ayer murió alguien en el pelotón 23.
–“Nos tienen aquí encerrados para que no nos enteremos de nada”.
Pero esas palabras a pesar de
venir de iguales no convencían a las mayorías, pues tenían en su cabeza otras
cosas –Mis hijos no van a soportar esto –dijo Manuel desde atrás a Juan Carlos-
pero nuestro protagonista no tenía palabras, sentía que un puño le atravesaba
el pecho y le exprimía el corazón pero pensó – Los míos tampoco, ni mi esposa y
mucho menos yo –reponiéndose, le contestó a su compañero con una pregunta
-¿Esto es amar a la Patria? –en eso escucharon- ¡Pelotón número 59 al mando del
combatiente Juan Carlos Izquierdo! –era el asistente del Comandante General en
el parlante para llamarlos a cobrar su remuneración.
Mientras Juan Carlos llevaba a su
pelotón a tomar el transporte hacia sus casas, el asistente del Comandante se
acercó – ¡Izquierdo! Mi Comandante quiere verlo –y en menos de 5 minutos Juan
Carlos estaba tocando la puerta principal del edificio de las oficinas, subió
las escaleras y llegado hasta la puerta del despacho del Comandante- -¡pase
adelante! –dijo él al oírlo tocar- -¡Buenas noches mi Comandante! –contestó
entusiasmado- Se dieron abrazos y palmadas –Siéntate por favor –le dijo
recibiéndole- y al sentarse no pudo evitar ver los bonitos acabados del lugar
-¿Eso es café –preguntó con voz de asombro- -¡Sí! – contestó el Comandante mientras
le servía una taza enorme -¡Gracias Comandante! Está delicioso. Sin embargo el
Comandante replicó ¡No tanto! Lo que pasa es que no estás acostumbrado a lo
bueno -mientras que con ayuda de sus manos levantaba una de sus pesadas y
regordetas piernas para ponerla encima de la otra-.
–Por favor no me llames más
Comandante, soy tu amigo, tú eres mi amigo, tenemos demasiados años en esto y
has sido mi confidente y el mayor predicador de la doctrina de la preparación
para la guerra – mientras se sentaba en una de las sillas al frente del
escritorio al lado de Juan Carlos, continúo diciendo- Te he pedido esta
audiencia en primer lugar porque te noto distante y porque deseo entregarte de
forma privada tu remuneración especial, observamos la semana pasada cierta
incomodidad entre los líderes de los otros pelotones y quejas entre los
combatientes, tu talento salta a la vista y comienza a molestarles. Enfrentamos
momentos difíciles, es necesario cerrar filas y evitar diluir los esfuerzos en
sujetos que no son completamente leales ni creen en esta guerra. –Juan Carlos
tragaba grueso, su corazón empezó a latir con fuerza, entonces, cuidando que su
voz no temblara, preguntó- ¿Eso quiere decir que los niños no serán reclutados?
-¡De ninguna manera! La recluta es necesaria, nos ofrecerá la oportunidad de
enseñar la doctrina de la guerra para la preservación de la paz desde temprano
y hará posible que nuestros hijos - continuó el Comandante como mirando a la
nada y cerrando su puño- necesiten más de nosotros –concluyó su éxtasis-
-¿Qué? –Preguntó Izquierdo- -¿Todavía no comprendes el pilar fundamental de
nuestro credo? –le inquirió el Comandante mirándole fijamente a los ojos con
cara de científico desquiciado- La importancia de la recluta y del campo de
entrenamiento radica en que nos convierte en mediadores de los elementos
esenciales para la vida, las sentadillas, las caminatas, las jornadas de tiro;
todas esas actividades no son más que una estrategia de interacción donde cada
combatiente se entrega al credo de la guerra por la paz cada día, y así, cada
uno de nosotros asesina una parte de su individualidad y la consagra al equipo,
a la tropa, a la Patria –Juan Carlos tenía los ojos como un par de huevos
fritos, la piel pálida y todo el cuerpo pegado al espaldar de la silla, sentía
la fuerza de cada latido de su corazón, pensaba las mil y un maneras de salir
corriendo de esa oficina –No pudo contenerse y le levantó de golpe-.
Bajó corriendo del despacho del
Comandante como si hubiera visto un espanto, aún no había tenido tiempo para
pensar algo o para permitirse sentir algo cuando escuchó - ¡Izquierdo!
¡Izquierdo! El Comandante me pidió que le trajera esto –Juan Carlos revisó el
morral, era su remuneración adicional. Se dio media vuelta y salió del campo de
entrenamiento sin cambiarse el uniforme. Por fortuna alcanzó el último autobús
que cubría la ruta que iba desde el campo hasta su casa, iba de pie, cargado.
Su rostro se veía cansado y lleno de tierra – ¿Señor se quiere sentar? Le dijo
un niño -¡No! Hijo, no te preocupes – contestó saliendo del sopor en que lo
había sumergido aquella conversación. No puedo volver el lunes al trabajo
–pensó- no puedo mentir –dijo mirando a la nada dentro del bus, sosteniéndose
con sus brazos arriba - y un abuelo que iba a su lado le miró fijamente a los
ojos y rompiendo su ensimismamiento le objetó –No lo hagas.
En eso llegó a su parada y
mientras se bajaba una lágrima caía sobre su mejilla izquierda. Siguió a paso
lento arrastrando sus pies, pero las correas del morral por el peso se rompieron,
el pago de su semana cayó al piso con un peso muerto, los paquetes de arroz y
frijoles quedaron expuestos, al recogerlos, Juan Carlos sintió que levantaba
grilletes, la comida se le volvió a caer pero esta vez porque el bolso se le
rasgó; las latas de atún rodaron por toda la acera, los frijoles y los paquetes
de maíz casi se rompieron. El pecho le ardía, no conseguía respirar, menos aún
pensar. Recogió las cosas como pudo y caminó hasta la puerta de su hogar.
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