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LA CIUDAD GLOBAL LATINOAMERICANA





[1] Trabajo preparado para su presentación en las Jornadas Ciencia Política 2020, organizadas por la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires, Argentina, 7 al 11 de septiembre 2020.


RESUMEN

Las transformaciones económicas vividas durante los años setenta configuraron las relaciones de producción y consumo a través del avasallamiento del tiempo y la distancia, creando una nueva forma de interacción entre los agentes económicos que ha terminado por redibujar la ciudad como forma espacial representativa del “centro” urbano. Esta nueva economía sustentada por de flujos (de información, personas, dinero y cosas) sobre redes interconectadas a través de nodos, establece como dinámica espacial la descentralización de unos lugares simultánea a la centralización de otros, diseminando “el centro” y las periferias por todo el globo, en un incesante círculo de nunca acabar en el que unos territorios ofrecen resistencia a la destrucción creativa del capital mientras otros compiten por atraer estos flujos para sí.  Se manifiesta entonces una forma de conflicto, caracterizado por su globalidad e instantaneidad. En este contexto nos preguntamos  ¿Qué características tiene esta nueva espacialidad? ¿Cuáles son los retos que supone para América Latina? Y ¿Cómo se incorpora América Latina a esta dinámica? para ello nos proponemos el estudio del territorio como realidad estructurante y estructurada que se expresa como dato y desafío para la gestión pública y la disertación de la ciudad y lo urbano como constructo teórico.


LA CIUDAD GLOBAL Y ÁMERICA LATINA, RETOS PARA LA GESTIÓN PÚBLICA.

Los años ochenta vieron la configuración de una sociedad caracterizada por su interconexión global, facilitada por las nuevas tecnologías de comunicación e información que vinieron a integrar a la escritura, a la oralidad y al audiovisual en un mismo sistema que gobierna al tiempo hasta permitir la interacción en tiempo real o demorado en una red global con acceso abierto y asequible. Esta sociedad, denominada global da la sensación de que la realidad como experiencia material y simbólica puede ser capturada por completo, borrando las diferencias entro lo real y lo virtual, creando una virtualidad real gracias a la constitución de un tiempo atemporal. (Castells 1997).

Estas transformaciones en el tiempo y  las comunicaciones han transformado la forma espacial de nuestras sociedades como si se tratara de una gran ciudad. Ocasionando que la agenda pública haya sido tomada por la vieja concepción (previo al nacimiento del pensamiento urbanístico) de que la ciudad es una forma de asentamiento caracterizada por la concentración de personas, bienes y servicios, y que dicha concentración es opuesta a la realidad rural. En este sentido el estudio de las transformaciones y contradicciones del espacio social son olvidadas, trayendo como resultado que se generen encuentros y actividades mundiales que asumen que nos encontramos en una era que da muerte a lo rural. Sin embargo dicha muerte solo puede ser argumentada por estadísticas que poseen umbrales arbitrarios y en ocasiones contradictorias.

Nos enfrentamos a una nueva ideología de lo urbano, la de la era urbana la cual Brenner y Schmid (2016) han sabido desmantelar. Esta presenta a las grandes metrópolis actuales como espacios neutrales, olvidando el doble carácter del territorio como realidad constituida y constituyente de la vida social, separándolas de la acción política; ocultando los flujos de poder y resistencia que le dan vida a la globalización.

Nos proponemos entonces un estudio de la forma social de nuestra era que rescate al espacio como terreno de la acción política.

1. El territorio, condición intrínseca del Estado moderno

El territorio es el lugar en donde el Estado como empresa moderna administra su poder (gobierna) (Weber, 1905). Gobernar implica enfrentarse al doble carácter del territorio: 1)por un lado asumirlo como realidad constituida, geográfica o administrativa que el gobernante se apropia para poder ejercer; y 2) y también como realidad constituyente, el espacio donde se dan procesos económicos, políticos, sociales y simbólicos; el campo donde tiene lugar la acción política. (Pintos, 2020).

Esta doble cualidad del espacio se debe a que como señala (Castells, 1997) “es tiempo cristalizado” que encarna “las dinámicas de la estructura social general, que incluye tendencias contradictorias derivadas de los conflictos y estrategias existentes”. El espacio es histórico y al mismo tiempo es la sociedad en sí misma, no nos referimos a un escenario o reflejo. A esto se debe que (Lefebvre, 1972)  sentenciara que el espacio es político, y si se muestra neutral es porque ya está ocupado.

Por su parte (Bourdieu, 1989) convirtió al objeto de estudio de las ciencias sociales en un espacio social global a través de una aprehensión relacional del mundo social, asumiéndolo como un gran campo, donde confluyen muchos otros, entre ellos el campo de poder. Sostiene que “todas las sociedades se presentan como espacios sociales, como estructuras de diferencias”. Propone que las ciencias sociales deben tener como centro el estudio de estas y de las posiciones relativas dentro de lo que el sociólogo francés denomina el campo social.

 

2. El Espacio y la ciudad como objeto de estudio

El estudio del espacio dentro de la sociología se consolida en el momento que la ciudad deja de ser un asentamiento humano caracterizado por una concentración precisada por parámetros estadísticos, y se trasciende al estudio de las formas espaciales; el cual, permite apropiarse de la ciudad como centro de gobierno, por su rol de gestión y dominación.

La consolidación de un campo de estudio

Entre los clásicos de la teoría sociológica fue Max Weber en su ensayo “La ciudad” a través de la construcción y comprensión de tipos ideales, el primero que se ocupó en analizar esta forma de asentamiento humano. Logrando distinguir formas citadinas históricas hasta llegar a la ciudad propia del capitalismo, la cual él denominó occidental. Formando parte de una línea de desarrollo y especialización en la forma de vivir del hombre que inició con la aldea, otorgando importancia a la concentración de personas y servicios para distinguirla de otras formas de asentamiento. Su definición es económica, pero realizó observaciones sobre “el vecindario” que, abrieron el camino para distinguir en “la ciudad occidental” se genera una relación entre el espacio y el hombre que consigue afectar los modos de vida.

Inspiró así los estudios de Georg Simmel sobre los efectos psicológicos que produce la vida citadina moderna en el hombre, y a su vez este se convirtió en el puente entre la teoría sociológica clásica  y los estudios ecológicos de Ezra Park que abrieron paso al nacimiento de la sociología urbana en la escuela de Chicago de la que Louis Wirth formó parte. En su obra más conocida “El urbanismo como modo de vida” Wirth se convierte en el primero en definir de forma sistemática: ciudad, urbano y urbanización. Las precisa como cuestiones distintas, consigue ordenar y jerarquizar las observaciones anteriores sobre la cantidad de habitantes; la concentración de personas, servicios y bienes; y por último la relación de lo rural y lo urbano. Construyó así una teoría coherente que le permitió delimitar un objeto y  realizar las primeras proposiciones metodológicas para el sociólogo de la ciudad.

Tomando a la concentración como rasgo distintivo del modo de vida moderno, Wirth define a la ciudad como un establecimiento relativamente grande, denso y permanente de individuos socialmente heterogéneos que funge como centro de iniciación y control de la vida económica, política y cultural; a lo urbano como el complejo de rasgos que componen el modo característico de la vida citadina y agrega a la urbanización como el desarrollo y extensión de esos factores. Para el sociólogo lo urbano no puede tener fronteras estadísticas arbitrarias puesto que estas obedecen a cuestiones administrativas de los estados no científicas. El estudio de lo urbano debe ir orientado al orden ecológico, a la caracterización de las organizaciones de la estructura social, de las relaciones sociales y del conjunto de actitudes e ideas. Tal y como señalan Brenner y Schmid (2016) lo valioso y paradigmático en las formulaciones de Louis Wirth es que para él lo urbano y la ciudad son construcciones teóricas.

Castells (1974) y Lefebvre (1972) y (1976) siguieron en la línea de definición de lo urbano como un constructo teórico, el primero a través de una explicación sociológica y el segundo desde la filosofía marxista. Lo interesante en ambos es que las dos propuestas se fundan en una elaboración histórica que tiene como centro el análisis de la relación espacio y sociedad.

La propuesta de Castells (1974) es novedosa para su tiempo porque sus consideraciones metodológicas para el estudio de la producción de formas espaciales fueron realmente herramientas analíticas para el estudio de la estructura de una sociedad. Y así desmitificó a la ciudad como el modelo de asentamiento propio de la industrialización capitalista. Llegó incluso a señalar que la sociedad industrial terminó por socavar el tejido institucional de la ciudad.

Esto le permitió asumir el dilema de lo urbano como cuestión de los estudios de desarrollo y al hacerlo concluyó que la dicotomía rural-urbano es falsa y producto de que en la era industrial surge una concepción ideológica del fenómeno urbano gracias a que lo deshistoriza y lo define en función de la concentración y aglomeración de los asentamientos. Se deshace pronto del término urbano y se propone el estudio de la producción del espacio social, por ello Castells (1974: 19) define a la ciudad como:

“…el lugar geográfico donde se instala la superestructura político-administrativa de una sociedad que ha llegado a un tal grado de desarrollo técnico y social (natural y cultural) que ha hecho posible la diferenciación del producto entre reproducción simple y ampliada de la fuerza de trabajo, y por tanto, originado un sistema de repartición que supone la existencia de: 1) un sistema de clases sociales; 2) un sistema político que asegure a la vez el funcionamiento del conjunto social y la dominación de una clase; 3) un sistema institucional de inversión, en particular en lo referente a la cultura y a la técnica; 4) un sistema de intercambio con el exterior.”

En la ciudad reside aquel cuya actividad no está anclada al proceso de producción sino que la gestiona y/o aprovecha. Son estas las relaciones de dominación que viene a encubrir la ideología de lo urbano en la sociedad industrial, propia del capitalismo.

Su enfoque consiguió formar una escuela en Latinoamérica, donde se asumió que se vivía un proceso de urbanización dependiente, donde la aglomeración y la concentración de personas, actividades, bienes y servicios no llevaba consigo la promesa de desarrollo de la sociedad industrial, sino que por el contrario terminó acentuando la desigualdad en la región. Quienes siguieron a Castells en su tesis de la urbanización dependiente construyeron un entorno crítico a los procesos de sustitución de importaciones, dado que acentuaba la dominación de la ciudad hacia el campo y que la migración urbano-rural solo generaba la creación de una nueva clase social que reproducía su vida al margen de los servicios, bienes e instituciones.

Por su parte Lefebvre (1976) presenta a lo urbano como un fenómeno inacabado que inició con el surgimiento de la primera ciudad en la antigüedad y que en la sociedad moderna viene a ser constituido como proceso por nosotros. Separa a la ciudad industrial de la moderna y presenta a esta última como el estallido y dispersión de la ciudad tradicional que inició amurallada en la antigüedad,  sentando las bases para los estudios sobre las nuevas formas de centralidad en el espacio social.

Castells en (1974) y (1973) y Lefebvre (1972) y (1976) sentaron las bases para el estudio de la ciudad como parte de un proceso que permite valorar e identificar las transformaciones y disputas dentro de determinada formación social, salvando a la ciudad como objeto de los estudio de desarrollo.

 

3. La dinámica espacial de nuestra era y la ciudad global

Los años ochenta vieron el nacimiento de nuevas potencias económicas que erosionaron la hegemonía de intercambios comerciales ocurridos en el Atlántico y movieron un importante flujo de capitales al Asia-Pacífico. Este movimiento significó una nueva era en la economía mundo capitalista que cambió la geoeconomía que inicio con la expansión y colonización europea a las américas y culminó con la alianza política, simbólica y económica que colocaba como centro del mundo a los Estadios Unidos y Europa.

(Sassen, 2001) y (Castells, 1997) distinguen el nacimiento de un nuevo modelo de producción, el informacional que no se separa del industrial sino que viene a perfeccionar la acumulación; una nueva dinámica espacial que se caracteriza por el avasallamiento del tiempo a través de la reducción de las distancias y por consiguiente una nueva forma de relacionamiento que reduce toda interacción del individuo a esfuerzos por reafirmar la identidad propia. La conjunción de estos tres factores es lo que da origen a una nueva forma espacial, la de la ciudad global.

 

El modelo de producción informacional

 (Castells, 1997) diferencia al modo de producción industrial del informacional porque en el primero la fuente del excedente “es la introducción de nuevas fuentes de energía y la capacidad de descentralizar su uso durante la producción y los procesos de circulación”, mientras que en el segundo el aumento de la productividad solo es posible a través de “la tecnología de la generación del conocimiento, el procesamiento de la información y la comunicación de símbolos”.

Se produce el cambio hacia un  nuevo paradigma tecnológico en el que las tecnologías actúan sobre la información y no al revés. Se trata de “un círculo virtuoso en el que el conocimiento actúa sobre sí mismo y aumenta la productividad” (Castells, 1997). Dentro de las empresas más emblemáticas se encuentran las redes sociales y empresas asociadas a internet las cuales nos atraen a través de símbolos pero encuentran rentabilidad en venta de nuestros datos organizados y jerarquizados. En ellas el ciclo inicia con un proceso de investigación cuyo fin último es adquirir más información para optimizar todo tipo de procesos de acumulación, atravesando toda la vida económica, política y cultural del individuo.

En esta revolución tecnológica la información se almacena, se recobra, se procesa y transmite a través de flujos que constituyen redes que conectan distintos nodos, configurando un nuevo modelo espacial que va más allá de las relaciones centro-periferia. Se trata de un modelo de localización que aconseja especificad geográfica para cada fase del proceso de producción, el cual se aglutina en dos polos uno con una mano de obra altamente cualificada, basada en la ciencia y la tecnología; y otro de obreros no cualificados. Las operaciones del primer polo son: 1) las de investigación y desarrollo, innovación y fabricación de prototipos; 2) la fabricación cualificada en plantas filiales, en general en zonas recién industrializadas. Mientras que al segundo polo corresponden: 1) el montaje semicualificado a gran escala y las operaciones de prueba y 2) la adaptación del producto a una región o país, el mantenimiento postventa y el respaldo tecnológico. (Castells, 1997).

Estos polos de localización no se encuentran en países sino en ciudades construyendo una jerarquía urbana dispersa mundialmente que “integra su unidad mediante conexiones de telecomunicaciones, y por la precisión basada en la microelectrónica y la flexibilidad de la fabricación de sus componentes”. De esta manera el capitalismo informacional extiende su instrumentalidad al territorio e instituye una división espacial internacional del trabajo profundamente desigual, en la que se configura una nueva economía en la que “las mayorías no compran ni trabajan en ella pero están sometidas a su lógica estructurante” (Castells, 1997).

 

La dinámica espacial de la economía/sociedad global

El capitalismo informacional/global adquiere la lógica espacial de una red de nodos interconectados por flujos de capital, información y símbolos. Esta dinámica reclasifica los territorios estratégicos y produce un resquebrajamiento de lo nacional como unidad espacial, concluyendo en una dispersión geográfica de las actividades económicas junto a la simultánea integración sistemática de dichas actividades dispersas geográficamente. Consumando la creación de nuevas formas de centralidad de carácter transterritorial que terminan articulando dinámicas políticas, culturales, sociales y criminales (Sassen, 2001).

La Ciudad global es una estrategia analítica diseñada para caracterizar la lógica espacial de la sociedad global, producto del capitalismo informacional (Sassen, 2007). Por su parte (Castells, 1997) sostiene que en la sociedad global el espacio organiza al tiempo, invirtiendo la tendencia histórica. El paradigma tecnológico informacional tiene el objetivo de producir instantaneidad y culmina perturbando el orden secuencial de las cosas, generando resistencias culturales y polarización social. Para una mejor comprensión, el sociólogo francés propone la categoría de “El espacio de los flujos” la cual define en tres capas. En la primera El espacio de los flujos está formado por impulsos electrónicos. Constituye una red de interacciones que posibilitan los aparatos de la tecnología de información. Es la base material de los procesos cruciales en la economía informacional, la red de comunicación es la configuración espacial fundamental “los lugares no desaparecen, pero su lógica y su significado quedan adsorbidos en la red”. La segunda capa está constituida por los lugares específicos que conectan a la red electrónica, estos son los ejes, encargados de coordinar que haya una interacción uniforme de todos los elementos integrados a la red;  y los nodos, que contienen la ubicación de las funciones estratégicas, “una serie de actividades y organizaciones de base local, entorno a una función clave de la red”. Y por último, una tercera capa que supone que esta lógica espacial es la lógica espacial dominante, organizada por élites gestoras dominantes que reproducen las características asimétricas de la red.

Estas características asimétricas del espacio de los flujos, hace que lleve como lógica inversa la dinámica de “El espacio de los lugares” la cual según (Castells, 1999) es el que es regido por el tiempo cronológico y los lugares físicos que no son valiosos para la lógica del capital informacional. El espacio de los lugares es el espacio de las y los marginados por la economía global. Estos lugares suelen tener comunicación entre sí y están sometidos por el espacio de los flujos, el cual les niega acceso a la cultura y sociedad mayoritaria pero les conecta con los mercados económicos globales de la prostitución, drogas y crimen, en simultaneidad con los organismos institucionales encargados de su contención.

 

Economía informacional/global, no neoliberal

(Harvey, 2014) se refiere a este modelo de ubicación como una estrategia de soluciones espacio-temporales del capital, las cuales son lideradas en primera instancia por el Estado. La imposibilidad institucional de generar las condiciones para dar el paso del capitalismo industrial al informacional fue según (Castells, 1997) lo que llevó al rezago de la URSS frente a los EEUU, mientras que el compromiso del Estado fue lo que permitió el auge de los tigres asiáticos. Si bien como señala (Sassen, 2001) en los años ochenta las transnacionales erosionaron el sistema interestatal, este proceso está lejos de significar la liquidación de su dominio.    

El crecimiento económico vivido en la década de los ochenta por Japón, Alemania Occidental y los denominados Tigres asiáticos fue sostenido a través de la inversión estadal y se dio en un ambiente de intensa competencia internacional, que favorecía las economías de exportación. Este crecimiento económico fue interrumpido por las presiones de la Organización Mundial de Comercio y sus reformas neoliberales que generaron una desregulación financiera que impidió los controles reguladores y generó una oleada de crisis endémicas en todo el mundo durante toda la década de los noventa. Una prueba de esto es que Malasia, el único que ignoró al Fondo Monetario Internacional, se recuperó más rápido, Singapur, Taiwán y China que no llevaron a cabo ningún proceso relativo a los mandatos del FMI se vieron menos afectados, Corea del Sur por su parte aceleró sus recuperación cuando rechazó los consejos de reestructuración industrial y financiera del FMI; mientras que los más afectados fueron los que sí siguieron sus lineamientos: Tailandia, Indonesia y Filipinas  (Harvey, 2005).

Este auge económico experimentado en los ochenta por Japón, Corea y China, significó el ingreso de la región asiática como líder en la economía global junto a los EEUU. El capitalismo informacional a pesar de que su lógica espacial priorice la distribución de los capitales en una red de nodos, que un país posea o acumule en su territorio estos pequeños centros, depende en gran medida de la de la cultura organizativa de esa nación y del rol del Estado en ella. Tal y como sentencia (Castells, 1997) “La economía global se constituyó políticamente”. La conjunción entre un nuevo paradigma tecnológico y una nueva lógica organizativa: “La empresa en red”,  fue lo que permitió el nacimiento histórico de la economía informacional.

Si entendemos la estructura organizativa y el Estado de una nación como la consolidación de años de cultura, podemos comprender según (Castells, 1997) como Japón, Corea y China pudieron engranarse tan rápido a la empresa en red. Estos tres países tienen una formación social casi conjunta y alejada del resto del mundo, su producción estuvo antiguamente organizada a través de redes familiares y el Estado lejos de la tradición occidental juega un papel tradicionalmente importante en la economía, que va desde cuotas del producto total a acciones que están en manos de funcionarios. 

El modelo organizativo tradicional asiático encontró las condiciones para engranar acertadamente con el de la economía global. El modelo japonés industrial, consolidado en los años ochenta, el Toyotismo, es la optimización del modelo fordista keynesiano que caracterizó al capitalismo industrial. Propone la superación de una lógica basada en la especialización de funciones por una sustentada en la capacidad del grupo de trabajadores para afrontar problemas locales. Ikujiro Nonaka en su estudio sobre las empresas japonesas distingue que estas asumen que gran parte del conocimiento acumulado en la firma proviene de la experiencia, y los trabajadores no pueden comunicarlo si se encuentran sometidos a procedimientos de gestión demasiado formalizados. El modelo japonés de las empresas creadoras de conocimiento encuentra la fuente de innovación en la interacción organizativa entre el conocimiento explícito y el conocimiento tácito. El paso del fordismo al toyotismo supone la transformación de la empresa vertical a una gran empresa horizontal que nutre el desarrollo de redes empresariales (Castells, 1997).

Mientras en los EEUU, esta nueva economía solo pudo surgir cuando las industrias asociadas a internet consiguieron mucha liquidez y una burbuja productiva gracias a las transacciones financieras basadas en la red, posibilitadas por la infraestructura del Consenso de Washington (Castells, 1997). El cual significó la estrategia que permitió a los EEUU como Estado nación pulsar la disputa en el mercado mundial informacional (Harvey, 2005).

 

4. Retos para la gestión pública latinoamericana

La lógica espacial del capitalismo informacional al instalar un territorio en redes discontinuo y estratificado inicia “el progresivo reemplazo de una organización territorial constituida por relaciones centro-periferia por una trama mucho más enmarañada, producto de relaciones complejas y asimétricas entre el espacio de los flujos y el espacio de los lugares.” (Mattos, 2010). América Latina se encuentra en el tránsito de una urbanización dependiente, donde la concentración de personas no significó desarrollo ni industrialización sino la creación de un polo marginal, a una forma urbana global caracterizada por la construcción de redes metropolitanas multinacionales que se articulan en el espacio de los flujos donde se reproduce la vida de la élite global y el espacio de los lugares donde la dinámica social pertenece a la de los agujeros negros del capital.

El inicio de la dinámica de la ciudad global sobre las viejas estructuras urbanas del capitalismo dependiente podría culminar acentuando las disparidades geográficas.  La acción política en este escenario encuentra como límites las fronteras territoriales de cada Estado y mientras, se enfrenta a una mutación en el modelo de acumulación capitalista que exige un cambio tecnológico en una región con una cultura organizativa diversa y dispersa que no ha podido capitalizar el poseer un mismo idioma y una articulación al sistema-mundo capitalista más o menos común. 

El modo de producción informacional ofrece ventaja frente al industrial para los países latinoamericanos: no castiga obligatoriamente a quienes llegan tarde. Las condiciones de competencia, colaboración estratégica y jerarquía a las que son sometidos los territorios convierten a cualquier espacio del globo en posible candidato a formar parte de la red si su aparato organizativo puede producir sinergia. (Castells, 1997). Pero la rapidez con que los flujos de capitales son atraídos, es inversamente proporcional a la velocidad con que estos devoran lo existente y migran. Sillicon Valley, New York, Tokio, Hong Kong, Shanghái, Londres, Múnich,  son los grandes centros de la economía global y han conseguido su consolidación en el tiempo porque el Estado los asumió como proyecto nacional.

La urbanización dependiente se caracterizó por una metropolización que terminó por colapsar los servicios, al mismo tiempo que acentúo la dominación de la ciudad al campo. Modelando nuestra sociedades por la simultaneidad de lo no contemporáneo caracterizada por (Germani, 1973). Nuestros territorios se encuentran fragmentados e incomunicados entre sí y desde dentro, mucho antes de la llegada de la economía global.  En la economía informacional el valor añadido es resultado de la interacción, no de la acumulación. He allí el reto para la gestión gubernamental.

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